Vicente se sienta en un retazo de espuma que tiene sobre una silla rimax blanca y alcanza un vaso desechable de donde sale vapor. Es café. Siente hambre. Recuerda que, a esta hora en la normalidad, estaría reparando zapatos, pegando suelas y limpiando sus gafas cada diez minutos, que a eso de las tres de la tarde Damaris siempre llegaba con porta plástico con comida, regularmente arroz, frijoles y huevo en sol, en ocasiones llegaba con una proteína diferente, carne desmechada o un ala apanada. Van veintisiete días desde que Damaris lo abandonó, desde que ese berraco virus paró todo y lo encerró en su habitación en el barrio Sucre. Sus tres hijos, dos varones y una dama, no volvieron por él cuándo a causa de un preinfarto lo llevaron al San Juan de Dios. De eso van quince años, de los cuales diez y medio se gana la vida como zapatero en la dieciséis con diez. Llegó el coronavirus y la vida se puso más dura. En un pequeño calendario de una peletería del centro de la ciudad tiene tachados trece días del mes de abril. Son los días en que no ha podido comer absolutamente nada.
Vive hace setenta y tres años. Con Damaris convivió un año en la que le dio de todo lo posible. Un techo, sexo, licor, ropa y sin duda los más hermosos zapatos. La ama y lo siente cuándo canta con el alma el tema que suena en la radio:
... Mientas tanto que tus triunfos, pobres triunfos pasajeros,
sean una larga fila de riquezas y placer;
que el bacán que te acamala tenga pesos duraderos
que te abrás en las paradas con cafishios milongueros
y que digan los muchachos: "es una buena mujer".
Y mañana cuando seas descolado mueble viejo
y no tengas esperanzas en el pobre corazón;
si precisás unaayuda, si te hace falta un consejo,
acordáte de este amigo que ha de jugarse el pellejo
pa'yudarte en lo que pueda... cuando llegue la ocasión.
Cantó en tono de revancha entre lloriqueo. Recordó al hijueputa de Armando el cerrajero, por quien lo dejó Damaris. El radio continuó:
- Acabamos de escuchar al Varón del Tango, Julio Sosa. El tango mano a mano en Armonías del Palmar. 2:08 de la tarde. Seguimos con este espacial del Varón del Tango…
***
A Vicente lo conocí en un hogar geriátrico solidario donde llegaban los abuelos abandonados en las calles y en los hospitales. Le compartía libros, pan, cigarrillos y tangos. Luego de compartir un saludo y de presentarnos, me dijo que le regalara un radio y unos audífonos, así fuera de segunda mano, recalcó. Aquella tarde me dijo que era tangófilo, que la vida que le había tocado vivir desde que sus hijos lo abandonaron siempre fue llena de pobreza, de dificultad, que la dureza de la infancia y la juventud, que había vivido sus padres, siempre lo perseguía. En el hogar geriátrico siempre la tristeza fue su carácter.
Un par de años después perdí su rastro. Hasta hoy que lo encontré accidentalmente mientras acompañaba una campaña de entrega de alimentos. Alguien gritó desde una ventana que en la 11c-24, adentro, muy al fondo vivía un viejo muy necesitado que no tenía a nadie y que estaba pasando días sin comer. La vivienda era un inquilinato oscuro, de mala muerte como muchos en Sucre, El Calvario y el centro. Se hizo entrega de la ayuda alimentaria a la familia que vivía en la parte delantera y caminé hasta el fondo a buscar ese viejo del que hablaban. La puerta de la habitación era una cortina sucia, con varios orificios. Saludé. Sonaba el radio. Saludé nuevamente. La cortina se corrió velozmente. Era Vicente, el viejo canoso, lector y fumador que había huido del ancianato buscando una mejor vida. No me reconoció, quizá el tapaboca le esfumó de la memoria la idea de quién era, quizá el tiempo, la edad, la dureza de su vida o la pobreza le habían hecho olvidar a alguien tan fugaz como yo.
No pronunció palabra, fijó sus ojos en la bolsa en la que se podían ver enlatados, arroz, granos, crema dental, café, plátanos. Regresó dentro de su habitación con paso cansado. No me dijo nada, pero entré. Sabía quién era, había intimado conversaciones con él tiempo atrás, nos habíamos contado la vida, títulos de libros, sonrisas y muchas letras de canciones de tango que le parecían una adicción literaria. Coloqué la bolsa sobre el suelo y encontré una habitación llena de pobreza, de soledad. Vicente buscó el interruptor y encendió el bombillo, toma asiento y sintoniza su radio:
- A partir de este momento la emisora Armonías del Palmar se complace en presentar su programa Los Señores del Tango…
***
En dos minutos me lo contó todo. Aún sin saber quién era ese detrás de las gafas y el tapaboca. Se limpió las lágrimas en seco con los dedos de la mano derecha, mientras con la otra se llevó el café hirviendo a la boca y en tres grandes tragos lo terminó.
- Soy un viejo que vive de la zapatería, de arreglar cinco pares de zapatos al día, no tengo familia, a nadie, nadie viene acá. Así me voy a morir. – sostuvo.
Traté de ser consecuente con su tristeza y le
compartí un pan que venía dentro de la bolsa. Comió y me acerqué al calendario
sobre la pared. Los días de abril 3, 7, 11, 14 y 18 estaban tachados con un
bolígrafo rojo, los otros, 22, 24, 25, 26, 27, 28, 29 y 30, con orificios
rasgados en el calendario.
- Don Vicente, ¿no ha comido nada en esos días? – pregunté.
- Café, agua, banano, o un plato de sopa al día que da Alex cuando puedo salir. Créame hijo que maldigo esta hijueputa vida que me está matando. Vivo desesperado acá encerrado, sin hacer nada, aguantando hambre, solo, solo. Con mi zapatería sobrevivía, pagaba esta pieza, comía tres veces al día, jugaba chance, mis cigarrillos que no faltaban y hasta quedaba para ir al Farol. Nadie piensa en mí, ahora hablan de mí porque saben que aguanto hambre, porque esto por acá está lleno de necesidad, nadie trabaja, no viene el gobierno. El único que ayuda es Alex, ese regala comida, pero yo no siempre puedo salir, si salgo me pueden dejar afuera porque no tengo cómo pagar la pieza. Esta es una vida muy triste – confesó alterado, volviendo al llanto-.
Era claro que la solución no estaba en la bolsa
que había dejado en el piso. No supe qué hacer, si quitarme el tapaboca y
mirarlo o lanzar un hasta luego y salir de ahí rápidamente. El hedor en
la habitación era fuerte, traspasaba levemente el tapaboca. En la radio
continuaba el especial:
Pido permiso señores.
Este tango... este tango habla por mi
Y mi voz entre sus sones dirá
Dirá por qué canto así…
Vicente cantaba fuerte, como si Julio Sosa hubiese encarnado en su voz. Cerraba sus ojos, empuñaba sus manos y seguía el ritmo del bandoneón levantando sus rodillas como lo tuviera sobre sus piernas.
¡Porque el tango es fuerte!
Tiene olor a vida
Tiene gusto... a muerte
Porque quise mucho, y porque me
engañaron
Y pase la vida masticando sueños
Porque soy un árbol que nunca dio frutos
Porque soy un perro que no tiene dueño
Porque tengo odios que nunca los digo
Porque cuando quiero, porque cuando
quiero me desangro en besos
Porque quise mucho, y no me han querido
Por eso, canto, tan triste...
¡Por eso!
Fue un
canto de tristeza profunda, con fuerza. Decidí explicarle lo que contenía la
bolsa y asegurarle que le duraría como mucho una semana. Que era el esfuerzo de
una fundación por dar alimentos en tiempos de cuarentena. No le importaría, la
vida lo estaba acabando, la situación de confinamiento le estaba acabando la
moral, la fuerza de resistencia que había encontrado en el tango. Sin pensarlo
esa tenacidad que encontraba en la letra de los tangos podía ser su salvación o
su fin.
A la cortina llegó Jhon Freddy buscándome, que había que seguir rápido, que me moviera. Levanté la mano en señal de adiós y la mirada confundida. Él respondió asintiendo con la cabeza y me marché con la impotencia de creer en la letra de ese tango, de creer en la rebeldía del que es fuerte y tiene que cruzar los brazos cuando el hambre llega.
GG.