52 segundos y el semáforo cambia a verde. Los padrones en medio del canicular sol pasan arrastrando polvo, envolturas y humo que nadie puede esquivar mientras esperan el cambio a rojo otros 52 segundos. La carrera 13 con calle 10 es una de esas zonas populares de la ciudad por donde tarde o temprano tendremos que cruzar ya sea de camino al trabajo, a la escuela, la universidad, la olla, el juzgado o la misma cárcel. A pocos metros se ve el tumulto de personas al borde de una valla metálica que lleva las insignias de la Fiscalía General de la Nación, el Consejo de la Judicatura y la Policía Nacional. Mientras eso sucede, paralela a la carrera 10, en medio de las palomas, las papelerías y el olor a maní, a 20 kilómetros por hora, giran una buseta azul oscuro de placas ONI700 y un furgón Mazda modelo 95, escoltados por siete guardianes del INPEC.
Al otro lado de la valla toman posición dos guardianes que sujetan par fusiles a sus pechos, como si la llegada advirtiera un peligro inminente que requiere respuesta y apoyo. En sus rodillas, lado derecho, cuelgan dos pistolas 9mm. Pero en el tumulto no se vislumbra ningún riesgo. La víspera se torna cariñosa, ansiosa, llena de susurros y lágrimas que auguran un escape de felicidad.
- Desde que los tombos cayeron a la casa y se lo llevaron, desde ese día no lo veo. Ya van 10 meses. No conoce a Celeste todavía. Sé que va a llorar. -Comenta una mujer de escasos 18 años mientras a empujones intenta llegar a la valla y levantar en sus manos a una pequeña bebé en señal de triunfo.
De la buseta van bajando hombres encadenados de pies y manos sin poder acelerar el paso, pero si la mirada en busca de un familiar, un vecino que los reconozca y les sonría en muestra de fraternidad. Richard se detiene al primer paso buscando a su mujer. Se desploma en lágrimas y gritos cuando la ve sujetando a Celeste en sus brazos.
Celeste tiene 8 meses de vida. Y esta oportunidad es la que más cerca ha sentido a su papá desde dos meses antes de venir al mundo en la sala de partos del hospital Joaquín Paz Borrero del barrio Alfonso López. Deduzco que se llama Tatiana por el tatuaje en su muñeca izquierda y los otros dos nombres que en letras cursivas lo acompañan: Celeste y Richard.
Uno de los guardianes lo levanta de un tirón en la cadena y con voz de mando lo obliga a bajar por la rampa de acceso al Palacio de Justicia. Bajan en total 12 presos que vienen del infierno de la cárcel de Villahermosa. Todos procesados por microtrafico, homicidio y hurto calificado.
Tatiana no puede con las lágrimas, recuerda perfectamente cuando se conocieron, cuando hicieron el amor por primera y última vez, el parto, los tatuajes con el nombre de Richard en su espalda y la muñeca, pero también recuerda los puños, los azotes, la droga, la moza y el muerto.
- Ese es tu papá. -dijo en voz alta mientras a su alrededor madres, hijos, vecinos esperaban unos ansiosos y otros con lágrimas y tristeza-.
Desde ahí podía escucharse el vendedor de bonice, el de los minutos, la música al fondo, el ruido de la carrera 10 y ese maremoto de carros, buses, motos y articulados del MIO.
Una bandada de palomas buscaba comida en los alrededores del Palacio. Desde la aparición del microbús ONI700 por la carrera 10 fueron aumentando la cantidad de familiares apostados en la calle 13, también se sumaban transeúntes que paraban su marcha y sorprendidos por la imagen, clavaban su mirada a los presos, a las familias, los bebés y luego de unos gruesos segundos se decían, ¡qué triste!
Una bandada de palomas buscaba comida en los alrededores del Palacio. Desde la aparición del microbús ONI700 por la carrera 10 fueron aumentando la cantidad de familiares apostados en la calle 13, también se sumaban transeúntes que paraban su marcha y sorprendidos por la imagen, clavaban su mirada a los presos, a las familias, los bebés y luego de unos gruesos segundos se decían, ¡qué triste!
Tatiana, con el alma hecha pedazos y un dolor extraño en su corazón, ve como Richard va arrastrando las zapatillas cada 5 centímetros, ella abraza su bebé y siente que solo tiene fuerzas para sentarse sobre el cordón de la calle 13.
Ahí, cuando los articulados alcanzan el semáforo en verde, siente esa fuerza que llevan, una fuerza con el viento de cómplice que en ocasiones la mecen fuertemente. También viene con fuerza el polvo, las envolturas y los aromas a chunchullo, chorizo y a palomera. Pero también siente la necesidad de preguntarse y responderse en qué momento su vida cayó en ese hueco. Estaba ensimismada, llorando. Le da seno a su bebé.
Ahí, cuando los articulados alcanzan el semáforo en verde, siente esa fuerza que llevan, una fuerza con el viento de cómplice que en ocasiones la mecen fuertemente. También viene con fuerza el polvo, las envolturas y los aromas a chunchullo, chorizo y a palomera. Pero también siente la necesidad de preguntarse y responderse en qué momento su vida cayó en ese hueco. Estaba ensimismada, llorando. Le da seno a su bebé.
El tumulto de gente se dispersa a pocos metros esperando que terminen las audiencias donde se define la suerte de este grupo de sindicados. Un guardián del INPEC corre con fuerza la valla y el ONI700 sale a la carrera 10 y se parquea a la derecha. Ahora el turno es para el furgón metalizado. Se pueden ver rejas de seguridad y dos guardianes en posición de defensa con sus fusiles. Adentro se origina una algarabía, suenan las paredes del furgón. Descienden con alegría tres travestis esposadas de manos, ahora sí en silencio y ajustándose el cabello. Adentro del furgón puede evidenciarse la extrema seguridad, no hay sillas, no hay ventanas, el furgón resulta siendo una especie trinchera o de bunker, en últimas vienen de un infierno, no podría esperarse más.
En rumores de quienes están ahí a la espera de sus familiares, puede escucharse que dos de las travestis están sindicadas de homicidio agravado, la otra por intento. Nadie las espera, ellas tampoco esperan a nadie.
Pasan dos horas y termina la audiencia de Richard y los otros 11 internos que vienen de la cárcel de Villahermosa. Esta vez van subiendo en parejas. Llegan a la puerta del ONI700 y se ven obligados a decir adiós ambos con las manos esposadas a sus familiares. El último es Richard. Lo acompaña un hombre de contextura gigante, puede notarse que la esposa utiliza sus últimos dientes para ajustar en la muñeca. Sus pasos siguen siendo de cinco centímetros. Alza su mirada buscan ver el cielo y se topa con una edificación de varios pisos, el centro comercial el Caleño. Baja y está la estación Centro del MIO.
Va anonadado, sin suerte, con miedo de pasar muchos años en el infierno de Villahermosa. Se le nota un poco de arrepentimiento. Se le escapa una lágrima de pesar. Vuelve en sí mismo y ahí enfrente a escasos cinco metros de él están pegadas en la valla, Tatiana y Celeste. Sin abandonarse de la tristeza sigue mirándolas. Siente los jalones de su compañero de cárcel. Es una mol de grasa y músculos.
Tatiana lo mira con esas ganas de decir: jueputa que rabia, vos sabés que lo mataste, jueputa vida… ¿Por qué? ¿Por qué? Richard estalla en llanto y grita cuando sube el primer escalón de la ONI700:
- Mami… Mami… 23 años… 23… en ese puto infierno.
Tatiana llora y las personas que están a su alrededor tratan de controlarle su ataque de nervios y de llanto. Se desploma en el suelo con su niña en brazos. Los guardianes del INPEC apresuran la subida, el despeje de la calle y las vallas. Bastaron diez segundos y la buseta salió acelerada y escoltada tras el furgón con un escuadrón de ocho motos del INPEC.
Como transeúnte siento que esto ya terminó. Camino unos pasos y el semáforo cambia a rojo. Mientras espero los 52 segundos, escucho los comentarios de las personas que están también esperando el cambio de luces. Una anciana que va con bastón y que también se detuvo a ver la escena pide permiso con su voz regañada y castigadora. Ve que viene un bus del MIO, se detiene y exclama:
- Esa es la juventud de hoy en día. ¡Qué tristeza! Correa fue lo que les faltó…
Verde.
Desde las calles,
GG.